Una educación multilingüe Según afirman los expertos, las personas solo disponemos de unos años concretos de la infancia para dominar un idioma extranjero como si fuera nuestra lengua materna. «Sabemos que la ventana temporal se cierra entre los cuatro y los seis años», explica Frank Rösler, profesor distinguido de psicobiología y neuropsicología de la Universidad de Hamburgo. Por lo general, si esta fase vital decisiva no se aprovecha, el cerebro ya no es capaz de registrar las sutilezas de la gramática, el acento o la pronunciación de otro idioma de la misma manera como lo logró con la primera lengua.
Un estudio centrado en la competencia lingüística de hijos de inmigrantes chinos en Estados Unidos señala en esa dirección. La descendencia, de distintas edades, empezó a hablar, junto con el chino, en inglés. Los científicos de la Universidad de Oregón observaron que aquellos que aprendieron la segunda lengua a partir de los cuatro años mostraban de adultos más dificultades para encontrar errores gramaticales en frases escritas en inglés. Mediante un electroencefalograma, los investigadores comprobaron que los sujetos procesaban aspectos gramaticales de la lengua extranjera de manera distinta que los nativos.
Los autores abogan por empezar cuanto antes con el aprendizaje de otro idioma; como mínimo, durante los primeros tres o cuatro años. Según Rösler, los niños se benefician si entran en contacto de manera intensiva con la segunda lengua. Ello no significa que en la guardería tengan que empezar con clases de lengua estructuradas. «Los niños aprenden idiomas a través de interacciones naturales y lúdicas con otros niños y adultos.» Esta estrategia se utiliza en las guarderías bilingües, donde una educadora (extranjera) se comunica con los niños en el nuevo idioma.
Sin embargo, todavía se discute si los niños pequeños progresan con mayor rapidez en la enseñanza de una lengua que los escolares que ya disponen de herramientas de aprendizaje conscientes. Según algunos hallazgos, una educación bilingüe puede repercutir también de manera positiva en otros aspectos del desarrollo cognitivo.
Por el contrario, si parece que el niño presenta un retraso en su desarrollo lingüístico, debe acudirse cuanto antes a un especialista. Investigaciones del equipo dirigido por Angela Friederici, del Instituto Max Planck de Cognición y Neurociencias, indican que la primera fase fundamental de la adquisición de la lengua materna finaliza a los tres años. En esta etapa acontece el reconocimiento de estructuras gramaticales simples. Por ese motivo, los pediatras deberían comprobar las competencias lingüísticas de sus pacientes tan pronto como fuese posible. Aunque este punto de vista encuentra ciertas resistencias.
El pediatra Herbert Renz-Polster no confía demasiado en las pruebas lingüísticas estructuradas. «Los niños se desarrollan a distintos ritmos. Las investigaciones sobre competencias lingüísticas con criterios estándares originan muchos diagnósticos erróneos y ponen bajo presión a las familias sin necesidad alguna», argumenta. No tiene sentido poner un listón en la niñez. Las educadoras y cuidadoras de la guardería, que están en contacto con el niño en su día a día, se encuentran mucho más capacitadas para detectar retrasos; tal y como siempre ha sido su función.
¿Qué ocurre con las otras capacidades cognitivas: comprender las circunstancias con presteza, sacar conclusiones y solucionar problemas; en pocas palabras, con la inteligencia? Los límites de la capacidad cognitiva de una persona vienen determinados por factores hereditarios, explican desde la Academia Leopoldina alemana. El modo en que se desarrollan estos últimos y cómo evoluciona el intelecto dentro de estos límites genéticos depende de las condiciones ambientales durante la infancia
(Fuente: INVESTIGACION Y CIENCIA, artículo publicado en septiembre-octubre 2015)